Como la olímpica diosa Hera, famosa por su furia implacable, la presidente Cristina Fernández de Kirchner se lanza en sus mensajes por cadena nacional o en su cuenta de twitter hacia quien la contradiga. Y suma un coro de funcionarios, periodistas y personajes mediáticos que la acompaña en el escarnio, la difamación y la tergiversación. Toda trayectoria es cuestionada si no se expresa conforme a los contenidos del "relato" kirchnerista; todo ciudadano crítico se vuelve sospechoso de ser destituyente en una vasta conspiración contra el gobierno. En la Argentina populista, lo que se busca es confrontar, polarizar, agredir verbalmente y amansar a los tibios.
Días atrás, la presidente -fuertemente involucrada en la campaña presidencial de su candidato, Daniel Scioli, a quien exhibe a su lado- hizo comentarios sobre los que "se disfrazan de lluvia", en alusión a la candidata a gobernadora María Eugenia Vidal, de Cambiemos, que recorrió las zonas inundadas de la Provincia de Buenos Aires. No sólo Vidal encabeza las encuestas en la provincia, sino que además su presencia contrastó visiblemente con la actitud de Scioli quien, tras las PASO, viajó a Italia mientras avanzaban las aguas. María Eugenia Vidal no se calló y respondió con altura, fiel a su estilo.
Ahora se abalanzó sobre Alejandro Corbacho, director del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad del CEMA, por un artículo que escribió en Clarín en el que hizo precisiones sobre el crecimiento y ascenso del nazismo en la República de Weimar. Utilizando twitter, la presidente desató su ira y llamó "burro" a Corbacho, un reconocido académico en la Ciencia Política argentina, a la vez que se jactaba de ignorar de quién se trataba. En una cadena de tweets, la presidente denostó públicamente a Corbacho, sin duda auxiliada por asesores que buscaron justificar sus aventuradas aseveraciones citando la conocida obra de John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz. ¿"Burro", escribió "burro"? Sí, la misma presidente que se refirió a la fórmula hache-dos-cero del agua.
Es notorio que la presidente es una persona de escasas lecturas y abundantes interpretaciones personales, que suele cometer equivocaciones en sus alocuciones públicas. Pero lejos de llamarse a un "baño de humildad", se envalentona y recurre sistemáticamente a la descalificación y el escarnio, como lo hizo hace tiempo atrás con el ministro de Economía español Luis de Guindos, al llamarlo "el pelado ese".
Además de perjudicar a toda Argentina con este tipo de manifestaciones ante la opinión pública internacional, ha creado un estilo que perjudica el debate político. El agravio se ha naturalizado, el argumento ad hominem está omnipresente en toda discusión. Y un porcentaje significativo de la ciudadanía lo considera una herramienta válida, y la premia con el sufragio.
En un país que se enorgullecía de tener destacados escritores, académicos y científicos, el aliento que desde el poder recibe el ninguneo al saber, al disenso y al pluralismo, es una señal preocupante del deterioro cultural y político que se está viviendo en la Argentina kirchnerista.
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