lunes, 31 de agosto de 2015

Hache dos cero.

Como la olímpica diosa Hera, famosa por su furia implacable, la presidente Cristina Fernández de Kirchner se lanza en sus mensajes por cadena nacional o en su cuenta de twitter hacia quien la contradiga. Y suma un coro de funcionarios, periodistas y personajes mediáticos que la acompaña en el escarnio, la difamación y la tergiversación. Toda trayectoria es cuestionada si no se expresa conforme a los contenidos del "relato" kirchnerista; todo ciudadano crítico se vuelve sospechoso de ser destituyente en una vasta conspiración contra el gobierno. En la Argentina populista, lo que se busca es confrontar, polarizar, agredir verbalmente y amansar a los tibios.
Días atrás, la presidente -fuertemente involucrada en la campaña presidencial de su candidato, Daniel Scioli, a quien exhibe a su lado- hizo comentarios sobre los que "se disfrazan de lluvia", en alusión a la candidata a gobernadora María Eugenia Vidal, de Cambiemos, que recorrió las zonas inundadas de la Provincia de Buenos Aires. No sólo Vidal encabeza las encuestas en la provincia, sino que además su presencia contrastó visiblemente con la actitud de Scioli quien, tras las PASO, viajó a Italia mientras avanzaban las aguas. María Eugenia Vidal no se calló y respondió con altura, fiel a su estilo.
Ahora se abalanzó sobre Alejandro Corbacho, director del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad del CEMA, por un artículo que escribió en Clarín en el que hizo precisiones sobre el crecimiento y ascenso del nazismo en la República de Weimar. Utilizando twitter, la presidente desató su ira y llamó "burro" a Corbacho, un reconocido académico en la Ciencia Política argentina, a la vez que se jactaba de ignorar de quién se trataba. En una cadena de tweets, la presidente denostó públicamente a Corbacho, sin duda auxiliada por asesores que buscaron justificar sus aventuradas aseveraciones citando la conocida obra de John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz. ¿"Burro", escribió "burro"? Sí, la misma presidente que se refirió a la fórmula hache-dos-cero del agua.
Es notorio que la presidente es una persona de escasas lecturas y abundantes interpretaciones personales, que suele cometer equivocaciones en sus alocuciones públicas. Pero lejos de llamarse a un "baño de humildad", se envalentona y recurre sistemáticamente a la descalificación y el escarnio, como lo hizo hace tiempo atrás con el ministro de Economía español Luis de Guindos, al llamarlo "el pelado ese". 
Además de perjudicar a toda Argentina con este tipo de manifestaciones ante la opinión pública internacional, ha creado un estilo que perjudica el debate político. El agravio se ha naturalizado, el argumento ad hominem está omnipresente en toda discusión. Y un porcentaje significativo de la ciudadanía lo considera una herramienta válida, y la premia con el sufragio.
En un país que se enorgullecía de tener destacados escritores, académicos y científicos, el aliento que desde el poder recibe el ninguneo al saber, al disenso y al pluralismo, es una señal preocupante del deterioro cultural y político que se está viviendo en la Argentina kirchnerista.

viernes, 28 de agosto de 2015

La persistencia de DOS





















Y no: contrariamente a lo que el autor de este blog había supuesto, las primeras encuestas posteriores a las PASO siguen mostrando la persistencia de Daniel Osvaldo Scioli en torno al 40%, en tanto que Mauricio Macri se sitúa en el 32%. Más atrás, Sergio Massa sigue perseverando con un 16%, quizás porque los votantes de José Manuel de la Sota aún no se han definido por él, o bien están migrando hacia el kirchnerismo y Cambiemos.
Lo cierto es que, si los sondeos muestran el mapa de preferencias, a Daniel Osvaldo Scioli no lo han afectado las inundaciones en la Provincia de Buenos Aires, su fugaz viaje a Italia durante ese desastre, ni las escandalosas elecciones celebradas en Tucumán. 
Para los sectores más vulnerables de la sociedad argentina, la prioridad es preservar lo que tienen, y el kichnerismo se funda en el miedo a que se vuelva a vivir una crisis como la del 2001. A pesar de que la inflación golpea más duro en esos sectores, optan por aquello que les resulta conocido, resignándose. Argentina se ha convertido en una sociedad de bajas expectativas, en la que la movilidad social ascendente se reduce a tener unas pocas comodidades más, pero no un salto cualitativo en el nivel de vida. Como si el esfuerzo para el ascenso social fuera un ensueño de otro mundo, una fantasía a la que no vale la pena plegarse en una realidad que poco y nada tiene para ofrecer. A esta narrativa fatalista se añade la práctica despiadada del kirchnerismo de demolición de la crítica, como la que se desató contra Carlos Tévez cuando comentó sobre la pobreza en Formosa. Rápidamente se puso en marcha el operativo de descalificación, al llamarlo "villerito europeizado", estigmatización a la que se sumó el gobernador Insfrán cuando calificó a los porteños de "europeos en el exilio". No se debate sobre la pobreza, sino que se hunde en insultos a quien señala su existencia.
Pero Scioli no tiene asegurada la presidencia y sigue sin tener la iniciativa. Los referentes de la oposición están varias jugadas adelantadas en este tablero, ahora exigiendo la implementación de la boleta única electrónica, con el fin de garantizar elecciones limpias. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires resultó exitosa, y no hay motivos para no llevarla adelante en todo el territorio argentino.
La cuestión es, entonces, ¿cómo transmitir la necesidad de cuidar las instituciones ante una ciudadanía mayormente apática, que observa estas discusiones como si no la afectara, y que se ha vuelto conformista? Un cambio cultural de esta magnitud no se logra en dos meses, pero sí hay posibilidades de horadar esta frágil fortaleza en la que se sostiene el kirchnerismo. 
Daniel Osvaldo Scioli representa un sistema operativo que ha quedado obsoleto, se mantiene a fuerza de inercia, mientras buena parte del mundo está dando pasos gigantes hacia otros esquemas de acción y pensamiento. Encarna el fatídico "es lo que hay", lamentándose en excusas por las inundaciones, el cambio climático y la campaña de la oposición. Pero en tanto siga en ese camino, sólo ofreciendo "optimismo y esperanza", su figura se irá desgastando en lo que queda hasta los comicios de octubre. En un país que quiere mandatarios ejecutivos, Daniel Osvaldo Scioli no transmite esa imagen.
¿La oposición capitalizará estos gruesos errores del Frente Para la Victoria? Esa es la pregunta a responder.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Scioli y su ruina circular.

Desde que el 9 de agosto obtuvo el 38.5% de los votos en las PASO, Daniel Scioli viene padeciendo una serie de traspiés -propios o de su entorno- que llevan a poner en duda su capacidad de gobierno. Ha perdido la iniciativa, se mueve por impulsos defensivos, se excusa una y otra vez. 
Atrapado en el estrecho círculo kirchnerista, un anillo de hierro que no le permite apartarse una letra del libreto establecido, gira y gira en torno a un "proyecto" que hace agua.
Tres de los candidatos presidenciales de la oposición, Mauricio Macri (Cambiemos), Sergio Massa (UNA) y Margarita Stolbizer (Progresistas) realizaron una conferencia de prensa conjunta para exigir comicios limpios en octubre, así como para respaldar al candidato a gobernador José Cano, de Tucumán, de extracción radical. Una foto impensable hace pocos meses atrás, que sólo los desmanes del gobernador Alperovich y su troupe podían lograr.
Esa circularidad monótona en la que se desplaza Daniel Scioli es su propia ruina, porque no se puede desentender del kirchnerismo que le brinda un tercio del electorado. Pero tampoco, por su carácter maleable, le permite poner sus propias reglas a un peronismo K que está mostrando señales de crisis. Alperovich, Insfrán, Milagro Sala, Axel Kicillof, Aníbal Fernández, son las caras visibles de ese movimiento desgastado, repetitivo, de eterno retorno a las mismas ideas y discursos.
Desde su trono olímpico, Cristina Fernández de Kirchner sigue echando rayos enfurecidos cuando realiza sus más que frecuentes cadenas nacionales, desdibujando aún más a la figura de su candidato a la sucesión. 
A la interrogante habitual de si un presidente no kirchnerista -Macri o Massa- podría gobernar, hoy la pregunta se vuelve como un boomerang hacia Daniel Scioli: ¿podrá gobernar o será una mera figura decorativa, vaciada de contenido y fuerza, mientras Cristina Fernández de Kirchner permanecería manejando los hilos de la marioneta a escondidas? Personajes que han acumulado tanto poder y dinero en doce años, gozando de impunidad y soberbia, no se irán tranquilamente a sus hogares a cultivar bonsai o jugar al tute. Utilizarán todos los recursos que ahora disponen para poner obstáculos y, de ganar Scioli, acumularán más poder que ahora.
¿Qué pierde Cristina Fernández de Kirchner si Scioli es derrotado? Si bien pierde una fuerte garantía de impunidad, quedaría como jefa de la oposición. No será ella la derrotada, sino Scioli, alguien que no es de su entorno íntimo. ¿Quiere que gane Scioli? Muy probablemente sí, pero tampoco la desvela sentar al motonauta en el sillón de Rivadavia, con el que debería compartir protagonismo.
Ni Macri ni Massa son Fernando de la Rúa, otro personaje de escaso carácter como Scioli. La oposición también ha aprendido de los errores cometidos por la Alianza, de cuyo componente frepasista se viene nutriendo el kirchnerismo desde los inicios. 
En términos ajedrecísticos, Scioli juega con las piezas negras y no ve las jugadas con anticipación. Está siendo jaqueado una y otra vez, por lo que sólo atina a escudarse tras algunas piezas de dudosa confiabilidad. Si bien aún no se conocen sondeos posteriores a las PASO, es sumamente probable que estos vayan señalando el deterioro de Scioli. Ese desgaste llega a la propia provincia de la que Scioli sigue siendo gobernador hasta diciembre, en donde su candidato Aníbal Fernández está siendo aventajado por María Eugenia Vidal, que sigue sumando adhesiones, dándole un golpe letal a la aspiración de un nuevo período presidencial del Frente Para la Victoria.
La oposición, por su lado, va dando muestras de madurez con vistas a acordar políticas de largo plazo, y en este sentido se inscribe el artículo del ex canciller Dante Caputo en La Nación. Ya se están desvaneciendo las viejas sospechas entre centroizquierda y centroderecha, porque lo que está en juego es la democracia, para que no derive en una parodia al estilo chavista-madurista. 

martes, 25 de agosto de 2015

Échale la culpa al Norte.

Aníbal Fernández, el locuaz sofista Jefe de Gabinete de ministros de Argentina, ha recurrido a su batería de acusaciones para desentenderse de la represión en Tucumán, en donde los miles de ciudadanos que se manifestaron en la plaza recibieron balas de goma como respuesta. 
El Norte, siempre el Norte, ese pérfido hemisferio que busca desestabilizar al cándido Sur. El Norte, concepto que no sabemos si abarca a los hiperbóreos inuit en el Ártico y la policía montada de Canadá, o si sólo se circunscribe a la Casa Blanca y al Departamento de Estado que, siempre envuelto en neblinas conspirativas, también es conocido como Foggy Bottom. La máquina trituradora del disenso que ha montado el kirchnerismo reúne a todos los actores posibles en una misma bolsa: Cambiemos, Macri, Massa, Cano, Carrió, Laura Alonso y "el Norte", esa porción del mundo de donde brotan terribles designios y se emiten instrucciones a sus "alcahuetes".
Vieja metodología stalinista, archiconocida teoría conspirativa, todo sirve para evadir responsabilidades. El culpable es el otro, porque sólo el kirchnerismo tiene el monopolio del amor, del bien y de la Patria. 
Y descubrimos que el Jefe de Gabinete es un hombre entrado en años, ya anciano, ya que Aníbal Fernández asevera que no supo de la represión en Tucumán porque "estaba durmiendo" a hora temprana, en un país de noctámbulos. Lo que importa es evadir responsabilidades, echar la culpa a otro, al Norte, a las fuerzas del mercado o a los reptilianos. Se nutre del prejuicio muy argentino de que el planeta está atento y enfocado a cuanto ocurre en esta nación sudamericana.
Más allá del cinismo practicado a cada minuto por Aníbal Fernández, lo preocupante es que la violencia se está naturalizando en Argentina. Se acepta como un hecho típico y hasta picaresco la quema de urnas, el robo de boletas, el reparto de bolsas de comida, los telegramas que asignan a Scioli el 105% de los votos. A la violencia verbal se está sumando la violencia física, rasgo típico del fascismo, y el Norte -argentino- está siendo el escenario de una virulencia que es inaceptable en un Estado de Derecho. A la muerte del militante radical Jorge Ariel Velázquez en Jujuy, se agregan la represión con balas de goma en Tucumán y los insultos, de funcionarios formoseños, al popular deportista Carlos Tévez. El recurso desembozado de la agresión, del maltrato y de la sospecha sistemática hacia todo aquel que se expresa libremente.
El vocabulario fue pervertido: al "pluralismo", que significa diversidad de voces, se lo reemplazó por "pluralidad", que significa "mayoría". Porque lo importante es contar con una mayoría para acreditar la verdad, como si fuese una cuestión meramente estadística y plebiscitaria. 
Y en este clima enrarecido que se vive en camino a las elecciones generales, el kirchnerismo se empeña en mostrar impunidad y desmesura. Daniel Scioli, el candidato Zelig que quiere ser amigo de todos, se empeña en ser aceptado por los gobernadores José Alperovich y Gildo Insfrán, y por la militante filofascista Milagro Sala. Necesita sus votos, sí, pero a la vez se hunde con ellos, tal como lo hizo Ítalo Argentino Luder en 1983.
El desafío del próximo gobierno, si es que triunfa la oposición en octubre o noviembre, será revertir esa perversa naturalización de la violencia -verbal y física-, de la utilización política del Estado, y reconstruir los conceptos básicos de ciudadanía, derechos, disenso, debate, control parlamentario, independencia del Poder Judicial, dignidad e imperio de la Ley. De otro modo, la Constitución será letra muerta.

lunes, 24 de agosto de 2015

Las urnas están bien quemadas.

En 1981, el entonces presidente militar de facto Leopoldo Fortunato Galtieri aseveró que "las urnas están guardadas y bien guardadas", cancelando toda posibilidad de una transición a la democracia y el Estado de Derecho en Argentina. 
Lo que ha ocurrido ayer en Tucumán, en donde se celebraron elecciones provinciales y municipales, es que hubo urnas quemadas, por la irrupción de cientos de personas en escuelas donde había centros de votación. Estas acciones delictivas se dieron en algunos pueblos de la provincia, así como hubo un periodista golpeado y boletas destruidas. Violencia, intimidación y destrucción en la provincia en donde se rubricó la Independencia, cuna de guerreros de la emancipación y emprendedores, de grandes estadistas y juristas.
Tras doce años como gobernador de Tucumán, José Jorge Alperovich supo tejer un entramado que será difícil de desarmar -no imposible- y que se resiste a dejar el poder. Adherido a la lógica de confrontación permanente que alimenta al kirchnerismo, Alperovich y su esposa, la senadora Beatriz Rojkés de Alperovich, se transformaron en espadas de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner en el noroeste argentino, compitiendo en adulación y altos porcentajes de votos con el otro clan instalado en Santiago del Estero, el del ex gobernador y ahora senador Gerardo Zamora y su esposa, la actual gobernadora Claudia Ledesma Abdala. No es casual que Gerardo Zamora reemplazara a Beatriz Rojkés de Alperovich como presidente provisional del Senado, tercero en la sucesión presidencial.
Lo ocurrido en Tucumán es de una gravedad extrema, tal como lo es la muerte del militante radical jujeño Jorge Ariel Velázquez. Es la violencia instalada como forma de hacer política, una característica que define al fascismo. 
A la narrativa de la confrontación permanente, a la destrucción verbal sistemática de reputaciones y trayectorias, se sucede la "naturalización" de la violencia física, sobre todo cuando las perspectivas de continuar cuatro años más en el poder ya no son tan claras ni seguras. Porque si bien Daniel Scioli fue, en las PASO, el candidato más votado y muy próximo al umbral mínimo para ser electo presidente, la oposición se encuentra en condiciones de competir vigorosamente en octubre.
Es erróneo suponer que el kirchnerismo acepta las mismas reglas de juego democrático que el resto de los partidos. Desde el poder, articuló una narrativa de épica histórica, de misión salvífica, en la que todo se transforma en una lucha heroica contra fuerzas oscuras. Todo es un Armageddón, un combate entre el bien y el mal, en el que ellos representan el monopolio del amor, del bien y la Patria.
Este tipo de discursos, de carácter semirreligioso, no sólo desconoce los matices, el debate y el disenso, sino que también dinamita el pluralismo y las instituciones que limitan al poder político. De allí que hayan anulado al Congreso y busquen llevar a la insignificancia a los medios de comunicación que no se les someten. La suba del dólar que es, en rigor, la depreciación del peso por la emisión de billetes, es atribuido a "fuerzas oscuras" del mercado. 
La realidad es, sin embargo, terriblemente profana. No hay misión salvífica, no hay lucha épica, ni siquiera alcanza para cómic de aventuras. Es un puro aferrarse al poder, utilizando todos los medios a su alcance.
Daniel Scioli, ahora expuesto él solo ante la opinión pública, ya no puede esconderse como Zelig imitando al presidente peronista de turno. Llegó la hora de exhibir cuál es su personalidad, si es que la tiene. Como el candidato justicialista de 1983, Ítalo Argentino Luder, es el presidenciable de un movimiento desbocado que suma candidatos impresentables y que recurre a la violencia.
La oposición no sólo debe proponer paz, democracia y Estado de Derecho. En esta elección, no alcanzará con recitar el Preámbulo de la Constitución, tal como muy inteligentemente lo hacía Raúl Alfonsín en 1983. Deberá demostrar que tiene las agallas y la capacidad para que haya imperio de la Ley durante la próxima presidencia, que quiere y puede contener los desbordes de violencia y atacar las fuentes de la corrupción. Ya no se trata de risas y buena onda, ni de campañas al estilo Luisa Delfino con su célebre "yo te escucho", sino de coraje y decisión. 
Y así se recuperará la palabra llena de sentido de "ciudadanía", dejando a un costado ese difuso, etéreo y líquidamente baumaniano concepto de "la gente".

domingo, 23 de agosto de 2015

La inevitabilidad de Scioli, en duda.

Daniel Scioli, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y ya consagrado candidato presidencial del Frente Para la Victoria, ha venido jugando con la idea de que es un candidato inevitable en su victoria frente a las fuerzas de la oposición.
No obstante, ese discurso se opacó en la noche del 9 de agosto, cuando se dieron a conocer los resultados de las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), ya que no alcanzó el mágico 40%. Si bien el 38,5% no es una cifra para nada desdeñable, está lejos de lo que obtuvo Cristina Fernández de Kirchner en las PASO del 2011, cuando llegó al 52%, ante la desazón de los otros candidatos, de los que ninguno llegó individualmente al 20%. En las PASO, quedó en evidencia que el frente Cambiemos -en el que compitieron Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió- logró avanzar significativamente en varias provincias, ubicándose en segundo lugar con el 30,5%. Sergio Massa, más atrás, demostró su capacidad de seguir en carrera con el 20%, sumando la importante cosecha del cordobés José Manuel de la Sota en su provincia natal.
Era previsible que Daniel Scioli lograra cifras contundentes en provincias del noroeste y noreste argentinos, en donde las estructuras del peronismo -sumado a que gobierna en varias de esas provincias- están fuertemente asentadas. Fue en su propia provincia, la de Buenos Aires, en donde Daniel Scioli tuvo la mayor merma de sufragios. Del 55% que sumó en 2011, cayó al 39% en las PASO. A esto, hay que añadir la competencia librada entre los dos precandidatos a gobernador del Frente Para la Victoria en territorio bonaerense: el Jefe de Gabinete de Ministros, Aníbal Fernández, y el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez. Era notoria la preferencia de Scioli por Domínguez, también respaldado por varios intendentes del conurbano. Y sin embargo, logró imponerse Aníbal Fernández, a quien una semana antes se lo vinculó en el programa periodístico de Jorge Lanata con el tráfico de efedrina. Pero la gran triunfante en la Provincia de Buenos Aires fue María Eugenia Vidal, del frente Cambiemos, que llegó al 29%, muy por delante de lo que individualmente recogieron Fernández y Domínguez. Hace tiempo que venimos señalando el crecimiento en la consideración pública a favor de Vidal a quien, paradojalmente, el escaso espacio que le brindaron los medios de comunicación antes de las PASO le ayudó a presentarse como la gran sorpresa de las PASO. Con 41 años, gran comunicadora, sin un pasado que deba ocultar y figura nueva en la política con una trayectoria únicamente en PRO, María Eugenia Vidal se perfila como la contracara de Aníbal Fernández, un personaje que despierta un franco rechazo de porcentajes significativos de la opinión pública. De allí que la candidata de Cambiemos se convirtió en el blanco de las críticas del kirchnerismo, tan prolífico en la destrucción sistemática de cualquier expresión que no se someta a sus posiciones. Este crecimiento de Cambiemos se expresó en su triunfo en sesenta -de los 135- municipios en la provincia, lo que le daría a la eventual gobernadora María Eugenia Vidal un sostén importante para su gestión.
Daniel Scioli prosperó políticamente gracias a buscar cobijo en presidentes peronistas: Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. A todos se amoldó, devenido en el Zelig de la Pampa húmeda. Su pesadilla fue convertirse en el centro de atención, al ganar las PASO y ser, ya, el candidato presidencial con mayores posibilidades hacia octubre. Su impericia quedó en evidencia cuando, en plenas inundaciones en la provincia que gobierna hasta diciembre, viajó a Italia. Ya la situación era dramática antes de las PASO, pero fue la indignación pública -y el de la Casa de Gobierno- la que hizo que retornara de inmediato. Brindó excusas, se cobijó en excusas, pero el daño a su imagen -que lo es todo para él- ya estaba hecho.
¿Fue el Katrina de Daniel Scioli? No tuvo la magnitud del desastre que tanto perjudicó a George W. Bush, pero sí le infligió un daño notorio, al estar ahora bajo la atenta visión de la opinión pública. Y buscó nuevas excusas -bastante viejas, por cierto- de ser víctima de una campaña de desprestigio en las redes sociales. Lo que pueda hacer para mitigar el daño por las inundaciones en la provincia es escaso, de aquí a octubre. Ha sido un gobernador dedicado al cultivo de su imagen, pero no un administrador. Y aquí, una vez más, la emergente figura de María Eugenia Vidal es la mejor pieza en el tablero de ajedrez para el triunfo de Cambiemos. Porque Vidal, por un lado, tiene serias posibilidades de ganar la gobernación frente al impopular Aníbal Fernández; por el otro, es ella quien pone el acento en las falencias de los ocho años de Scioli como gobernador, erosionando sus posibilidades presidenciales. 
Y la gran duda que tienen muchos ciudadanos argentinos es: ¿qué margen de autonomía tendrá Daniel Scioli, presidente, para evitar las imposiciones de Cristina Fernández de Kirchner? El kirchnerismo duro le demuestra, en cada oportunidad, que no le dejará apartarse del "proyecto", sea este lo que fuere. Scioli no tuvo la posibilidad de insertar candidatos propios en las listas de diputados y senadores, y ya sabemos que CFK no es una persona a la que le guste el perfil bajo. Allí está, como demostración de fuerza, el cartel colocado dentro de la Casa de Gobierno de "Zannini para la victoria", extraña e inusual campaña a favor del candidato a vicepresidente. Símbolo de los tiempos que corren, quizás anticipo de los que podrían inaugurarse el 10 de diciembre.
Cambiemos tiene, entonces, una gran oportunidad de aquí a los comicios generales de octubre. No tiene que polemizar con las otras fuerzas opositoras, en especial con Sergio Massa, con vistas a la segunda vuelta en noviembre. Debe concentrarse no sólo en señalar los errores, las faltas y el deterioro institucional, sino sobre todo brindar una visión de futuro, que pueda atraer a radicales, peronistas, independientes, liberales y progresistas. Es la primera elección, desde 2003, en la que estamos frente a un escenario abierto, en el que el favorito no resulta inevitable, y en el que el principal candidato opositor suma un número que lo vuelve competitivo.

domingo, 2 de agosto de 2015

A una semana de las primarias.

A una semana de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en Argentina, las encuestadoras indican que la primera minoría será el Frente Para la Victoria, con su único precandidato a presidente Daniel Scioli. Este resultado no es sorprendente, ya que el FPV concentra un tercio del electorado argentino. Es mayoría en el conurbano bonaerense, en el norte argentino y la Patagonia. Si bien las provincias como Santiago del Estero tienen pocos votantes, los porcentajes que allí recoge el kirchnerismo le alcanza para compensar su bajo desempeño en distritos como la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Salvo los pronósticos que muestran un par de encuestadoras, la mayoría exhibe a la coalición Cambiemos como la segunda opción, aunque difieren en cuanto a la distancia que tendrá con respecto al Frente Para la Victoria.
En Cambiemos compiten Mauricio Macri -Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires-, el senador Ernesto Sanz (Unión Cívica Radical) y la diputada Elisa Carrió (Coalición Cívica). Es una coalición que, hasta hace un año atrás, resultaba poco menos que impensable y ahora muestra buena sintonía en sus relaciones. En la Provincia de Buenos Aires, en donde vive el 38% del electorado argentino, tiene una precandidata única a la gobernación: María Eugenia Vidal que, de acuerdo a varios sondeos, estaría entre los candidatos individualmente más votados en ese importante distrito. El Frente Para la Victoria presenta dos precandidatos a gobernador, tras el pedido de la presidente de un "baño de humildad" para que otros se retiraran de la competencia. Son el actual Jefe de Gabinete de Ministros, Aníbal Fernández, y el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián Domínguez. La ventaja y la desventaja para Aníbal Fernández es, paradojalmente, la misma: es muy conocido. Su punto de partida es ventajoso en términos de nombre, ya que es rápidamente identificado por el casi 100% de los ciudadanos, pero genera el más alto rechazo entre todos los precandidatos a la gobernación. Julián Domínguez, en cambio, es un desconocido, lo que habla también de la poca relevancia del Congreso en estos años. A Aníbal Fernández lo acompaña Martín Sabbatella en la fórmula, un permanente crítico del gobernador Daniel Scioli, y que es parte del universo kirchnerista a través de su propio partido, Nuevo Encuentro. Esto ha despertado la animadversión de muchos intendentes peronistas en el conurbano. A Julián Domínguez, en cambio, lo acompaña el intendente de La Matanza -bastión inexpugnable del peronismo bonaerense-, Fernando Espinoza. El precandidato único de UNA, la alianza del peronismo disidente de Sergio Massa y José Manuel de la Sota, es el ex gobernador Felipe Solá, también ampliamente conocido y con gran experiencia en campañas.
Es en la Provincia de Buenos Aires donde se libra este Armageddón: Macri ha concentrado gran parte de la campaña en este distrito, que es el que gobierna Daniel Scioli desde 2007, y el que es también la plataforma del tercero en discordia, el diputado Sergio Massa. A diferencia de otras provincias que celebraron sus elecciones provinciales y municipales en una fecha separada, la de Buenos Aires ha venido estableciendo su calendario en coincidencia con los comicios nacionales desde el retorno a la democracia, precisamente por su relevancia. Las boletas serán kilométricas: las categorías a votar son 1) presidente y vicepresidente, 2) diputados al Parlasur por distrito único en todo el país, 3) diputados nacionales, 4) diputado al Parlasur por la Provincia de Buenos Aires, 5) gobernador y vicegobernador, 6) diputados o senadores provinciales -se alterna cada dos años de acuerdo a la sección electoral, que son ocho-, y 7) intendente, concejales y consejeros escolares. La boleta tiene más de un metro de largo. Esta boleta sábana se puede cortar en cualquiera de las categorías mencionadas, pudiendo mezclar siete partidos o alianzas en un mismo voto, lo que significa un escrutinio lento y expuesto a múltiples trampas. Asimismo, se sabe que hay escuelas en donde se prohíbe el ingreso de los fiscales de las fuerzas opositoras, con la complicidad de las fuerzas de seguridad. Sí, esto que era habitual en los años treinta cuando gobernaba el conservador Manuel Fresco con su ministro Roberto J. Noble, sigue siendo una práctica fraudulenta en algunas zonas marginales del conurbano bonaerense. A esto, cabe añadir la multiplicación de boletas en el cuarto oscuro: el FPV lleva dos boletas sábanas, con sus respectivos precandidatos a gobernadores, y luego puede haber varios precandidatos a intendentes en cada municipio. Lo mismo ocurre con UNA, Cambiemos y partidos menores. 
Un aspecto positivo de las PASO es que ponen en evidencia la importancia de tener estructuras partidarias, y que no todo es mediático o a través de las redes sociales. Los partidos políticos son cruciales en las democracias y es preciso que vuelvan a tener vida y vigor, mal que les pese a los gurúes posmodernos. No hay herramienta más poderosa para promover a un candidato que el boca a boca, y ello es posible articulando voluntades en un partido. Y los partidos organizados cuentan con la capacidad de fiscalizar y reunir gente entusiasta y comprometida con la causa. 
Las encuestas, hoy, pronostican que Daniel Scioli será el individualmente más votado en las PASO, y algunas adelantan que llegará al 40%. La pregunta es: ¿a qué distancia quedará de Mauricio Macri, quien va segundo en los sondeos? Porque no es lo mismo que Cambiemos obtenga menos del 30% o que alcance el 35% en su conjunto y, además, cómo se presente el resultado en la noche de las elecciones. Por otra parte, si Cambiemos suma un tercio del electorado, será la primera vez que el kirchnerismo deba enfrentar a una alternativa con posibilidades de desplazarlo del poder. En 2007, Elisa Carrió llegó a sumar el 23%, muy por detrás del 45% de Cristina Fernández de Kirchner. En 2011, Hermes Binner fue el segundo con sólo 16,8%, a enorme distancia del 54% de Cristina Fernández de Kirchner. El escenario no es tan optimista y victorioso como lo pretende el kirchnerismo, aunque no está derrotado al mantener un importante caudal en torno al 35-40%.
La oposición está fragmentada, pero resultaba imposible aglutinarla, ni tampoco hay certeza de que esa suma se hubiera manifestado en las urnas. En política, una suma puede tener resultado negativo, o quizás multiplicar: es el universo de las incertidumbres, porque los ciudadanos no responden a la lógica aritmética.
La pregunta que busca respuesta, es cuáles serán los porcentajes que logren Cambiemos y la otra opción opositora, Sergio Massa. Todo indica que Massa ganaría la primaria frente al gobernador cordobés De la Sota y su simpática e inusual campaña en los medios, pero ¿logrará retener su caudal en las elecciones generales del 25 de octubre, o se repartirán sus votos entre Scioli y Macri? El domingo 9 de agosto veremos si las encuestadoras se aproximan a lo que expresen las urnas, y entonces tendremos un nuevo mapa de cara a la primera vuelta de octubre.