lunes, 24 de agosto de 2015

Las urnas están bien quemadas.

En 1981, el entonces presidente militar de facto Leopoldo Fortunato Galtieri aseveró que "las urnas están guardadas y bien guardadas", cancelando toda posibilidad de una transición a la democracia y el Estado de Derecho en Argentina. 
Lo que ha ocurrido ayer en Tucumán, en donde se celebraron elecciones provinciales y municipales, es que hubo urnas quemadas, por la irrupción de cientos de personas en escuelas donde había centros de votación. Estas acciones delictivas se dieron en algunos pueblos de la provincia, así como hubo un periodista golpeado y boletas destruidas. Violencia, intimidación y destrucción en la provincia en donde se rubricó la Independencia, cuna de guerreros de la emancipación y emprendedores, de grandes estadistas y juristas.
Tras doce años como gobernador de Tucumán, José Jorge Alperovich supo tejer un entramado que será difícil de desarmar -no imposible- y que se resiste a dejar el poder. Adherido a la lógica de confrontación permanente que alimenta al kirchnerismo, Alperovich y su esposa, la senadora Beatriz Rojkés de Alperovich, se transformaron en espadas de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner en el noroeste argentino, compitiendo en adulación y altos porcentajes de votos con el otro clan instalado en Santiago del Estero, el del ex gobernador y ahora senador Gerardo Zamora y su esposa, la actual gobernadora Claudia Ledesma Abdala. No es casual que Gerardo Zamora reemplazara a Beatriz Rojkés de Alperovich como presidente provisional del Senado, tercero en la sucesión presidencial.
Lo ocurrido en Tucumán es de una gravedad extrema, tal como lo es la muerte del militante radical jujeño Jorge Ariel Velázquez. Es la violencia instalada como forma de hacer política, una característica que define al fascismo. 
A la narrativa de la confrontación permanente, a la destrucción verbal sistemática de reputaciones y trayectorias, se sucede la "naturalización" de la violencia física, sobre todo cuando las perspectivas de continuar cuatro años más en el poder ya no son tan claras ni seguras. Porque si bien Daniel Scioli fue, en las PASO, el candidato más votado y muy próximo al umbral mínimo para ser electo presidente, la oposición se encuentra en condiciones de competir vigorosamente en octubre.
Es erróneo suponer que el kirchnerismo acepta las mismas reglas de juego democrático que el resto de los partidos. Desde el poder, articuló una narrativa de épica histórica, de misión salvífica, en la que todo se transforma en una lucha heroica contra fuerzas oscuras. Todo es un Armageddón, un combate entre el bien y el mal, en el que ellos representan el monopolio del amor, del bien y la Patria.
Este tipo de discursos, de carácter semirreligioso, no sólo desconoce los matices, el debate y el disenso, sino que también dinamita el pluralismo y las instituciones que limitan al poder político. De allí que hayan anulado al Congreso y busquen llevar a la insignificancia a los medios de comunicación que no se les someten. La suba del dólar que es, en rigor, la depreciación del peso por la emisión de billetes, es atribuido a "fuerzas oscuras" del mercado. 
La realidad es, sin embargo, terriblemente profana. No hay misión salvífica, no hay lucha épica, ni siquiera alcanza para cómic de aventuras. Es un puro aferrarse al poder, utilizando todos los medios a su alcance.
Daniel Scioli, ahora expuesto él solo ante la opinión pública, ya no puede esconderse como Zelig imitando al presidente peronista de turno. Llegó la hora de exhibir cuál es su personalidad, si es que la tiene. Como el candidato justicialista de 1983, Ítalo Argentino Luder, es el presidenciable de un movimiento desbocado que suma candidatos impresentables y que recurre a la violencia.
La oposición no sólo debe proponer paz, democracia y Estado de Derecho. En esta elección, no alcanzará con recitar el Preámbulo de la Constitución, tal como muy inteligentemente lo hacía Raúl Alfonsín en 1983. Deberá demostrar que tiene las agallas y la capacidad para que haya imperio de la Ley durante la próxima presidencia, que quiere y puede contener los desbordes de violencia y atacar las fuentes de la corrupción. Ya no se trata de risas y buena onda, ni de campañas al estilo Luisa Delfino con su célebre "yo te escucho", sino de coraje y decisión. 
Y así se recuperará la palabra llena de sentido de "ciudadanía", dejando a un costado ese difuso, etéreo y líquidamente baumaniano concepto de "la gente".

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