Daniel Scioli, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y ya consagrado candidato presidencial del Frente Para la Victoria, ha venido jugando con la idea de que es un candidato inevitable en su victoria frente a las fuerzas de la oposición.
No obstante, ese discurso se opacó en la noche del 9 de agosto, cuando se dieron a conocer los resultados de las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), ya que no alcanzó el mágico 40%. Si bien el 38,5% no es una cifra para nada desdeñable, está lejos de lo que obtuvo Cristina Fernández de Kirchner en las PASO del 2011, cuando llegó al 52%, ante la desazón de los otros candidatos, de los que ninguno llegó individualmente al 20%. En las PASO, quedó en evidencia que el frente Cambiemos -en el que compitieron Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió- logró avanzar significativamente en varias provincias, ubicándose en segundo lugar con el 30,5%. Sergio Massa, más atrás, demostró su capacidad de seguir en carrera con el 20%, sumando la importante cosecha del cordobés José Manuel de la Sota en su provincia natal.
Era previsible que Daniel Scioli lograra cifras contundentes en provincias del noroeste y noreste argentinos, en donde las estructuras del peronismo -sumado a que gobierna en varias de esas provincias- están fuertemente asentadas. Fue en su propia provincia, la de Buenos Aires, en donde Daniel Scioli tuvo la mayor merma de sufragios. Del 55% que sumó en 2011, cayó al 39% en las PASO. A esto, hay que añadir la competencia librada entre los dos precandidatos a gobernador del Frente Para la Victoria en territorio bonaerense: el Jefe de Gabinete de Ministros, Aníbal Fernández, y el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez. Era notoria la preferencia de Scioli por Domínguez, también respaldado por varios intendentes del conurbano. Y sin embargo, logró imponerse Aníbal Fernández, a quien una semana antes se lo vinculó en el programa periodístico de Jorge Lanata con el tráfico de efedrina. Pero la gran triunfante en la Provincia de Buenos Aires fue María Eugenia Vidal, del frente Cambiemos, que llegó al 29%, muy por delante de lo que individualmente recogieron Fernández y Domínguez. Hace tiempo que venimos señalando el crecimiento en la consideración pública a favor de Vidal a quien, paradojalmente, el escaso espacio que le brindaron los medios de comunicación antes de las PASO le ayudó a presentarse como la gran sorpresa de las PASO. Con 41 años, gran comunicadora, sin un pasado que deba ocultar y figura nueva en la política con una trayectoria únicamente en PRO, María Eugenia Vidal se perfila como la contracara de Aníbal Fernández, un personaje que despierta un franco rechazo de porcentajes significativos de la opinión pública. De allí que la candidata de Cambiemos se convirtió en el blanco de las críticas del kirchnerismo, tan prolífico en la destrucción sistemática de cualquier expresión que no se someta a sus posiciones. Este crecimiento de Cambiemos se expresó en su triunfo en sesenta -de los 135- municipios en la provincia, lo que le daría a la eventual gobernadora María Eugenia Vidal un sostén importante para su gestión.
Daniel Scioli prosperó políticamente gracias a buscar cobijo en presidentes peronistas: Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. A todos se amoldó, devenido en el Zelig de la Pampa húmeda. Su pesadilla fue convertirse en el centro de atención, al ganar las PASO y ser, ya, el candidato presidencial con mayores posibilidades hacia octubre. Su impericia quedó en evidencia cuando, en plenas inundaciones en la provincia que gobierna hasta diciembre, viajó a Italia. Ya la situación era dramática antes de las PASO, pero fue la indignación pública -y el de la Casa de Gobierno- la que hizo que retornara de inmediato. Brindó excusas, se cobijó en excusas, pero el daño a su imagen -que lo es todo para él- ya estaba hecho.
¿Fue el Katrina de Daniel Scioli? No tuvo la magnitud del desastre que tanto perjudicó a George W. Bush, pero sí le infligió un daño notorio, al estar ahora bajo la atenta visión de la opinión pública. Y buscó nuevas excusas -bastante viejas, por cierto- de ser víctima de una campaña de desprestigio en las redes sociales. Lo que pueda hacer para mitigar el daño por las inundaciones en la provincia es escaso, de aquí a octubre. Ha sido un gobernador dedicado al cultivo de su imagen, pero no un administrador. Y aquí, una vez más, la emergente figura de María Eugenia Vidal es la mejor pieza en el tablero de ajedrez para el triunfo de Cambiemos. Porque Vidal, por un lado, tiene serias posibilidades de ganar la gobernación frente al impopular Aníbal Fernández; por el otro, es ella quien pone el acento en las falencias de los ocho años de Scioli como gobernador, erosionando sus posibilidades presidenciales.
Y la gran duda que tienen muchos ciudadanos argentinos es: ¿qué margen de autonomía tendrá Daniel Scioli, presidente, para evitar las imposiciones de Cristina Fernández de Kirchner? El kirchnerismo duro le demuestra, en cada oportunidad, que no le dejará apartarse del "proyecto", sea este lo que fuere. Scioli no tuvo la posibilidad de insertar candidatos propios en las listas de diputados y senadores, y ya sabemos que CFK no es una persona a la que le guste el perfil bajo. Allí está, como demostración de fuerza, el cartel colocado dentro de la Casa de Gobierno de "Zannini para la victoria", extraña e inusual campaña a favor del candidato a vicepresidente. Símbolo de los tiempos que corren, quizás anticipo de los que podrían inaugurarse el 10 de diciembre.
Cambiemos tiene, entonces, una gran oportunidad de aquí a los comicios generales de octubre. No tiene que polemizar con las otras fuerzas opositoras, en especial con Sergio Massa, con vistas a la segunda vuelta en noviembre. Debe concentrarse no sólo en señalar los errores, las faltas y el deterioro institucional, sino sobre todo brindar una visión de futuro, que pueda atraer a radicales, peronistas, independientes, liberales y progresistas. Es la primera elección, desde 2003, en la que estamos frente a un escenario abierto, en el que el favorito no resulta inevitable, y en el que el principal candidato opositor suma un número que lo vuelve competitivo.
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