Aníbal Fernández, el locuaz sofista Jefe de Gabinete de ministros de Argentina, ha recurrido a su batería de acusaciones para desentenderse de la represión en Tucumán, en donde los miles de ciudadanos que se manifestaron en la plaza recibieron balas de goma como respuesta.
El Norte, siempre el Norte, ese pérfido hemisferio que busca desestabilizar al cándido Sur. El Norte, concepto que no sabemos si abarca a los hiperbóreos inuit en el Ártico y la policía montada de Canadá, o si sólo se circunscribe a la Casa Blanca y al Departamento de Estado que, siempre envuelto en neblinas conspirativas, también es conocido como Foggy Bottom. La máquina trituradora del disenso que ha montado el kirchnerismo reúne a todos los actores posibles en una misma bolsa: Cambiemos, Macri, Massa, Cano, Carrió, Laura Alonso y "el Norte", esa porción del mundo de donde brotan terribles designios y se emiten instrucciones a sus "alcahuetes".
Vieja metodología stalinista, archiconocida teoría conspirativa, todo sirve para evadir responsabilidades. El culpable es el otro, porque sólo el kirchnerismo tiene el monopolio del amor, del bien y de la Patria.
Y descubrimos que el Jefe de Gabinete es un hombre entrado en años, ya anciano, ya que Aníbal Fernández asevera que no supo de la represión en Tucumán porque "estaba durmiendo" a hora temprana, en un país de noctámbulos. Lo que importa es evadir responsabilidades, echar la culpa a otro, al Norte, a las fuerzas del mercado o a los reptilianos. Se nutre del prejuicio muy argentino de que el planeta está atento y enfocado a cuanto ocurre en esta nación sudamericana.
Más allá del cinismo practicado a cada minuto por Aníbal Fernández, lo preocupante es que la violencia se está naturalizando en Argentina. Se acepta como un hecho típico y hasta picaresco la quema de urnas, el robo de boletas, el reparto de bolsas de comida, los telegramas que asignan a Scioli el 105% de los votos. A la violencia verbal se está sumando la violencia física, rasgo típico del fascismo, y el Norte -argentino- está siendo el escenario de una virulencia que es inaceptable en un Estado de Derecho. A la muerte del militante radical Jorge Ariel Velázquez en Jujuy, se agregan la represión con balas de goma en Tucumán y los insultos, de funcionarios formoseños, al popular deportista Carlos Tévez. El recurso desembozado de la agresión, del maltrato y de la sospecha sistemática hacia todo aquel que se expresa libremente.
El vocabulario fue pervertido: al "pluralismo", que significa diversidad de voces, se lo reemplazó por "pluralidad", que significa "mayoría". Porque lo importante es contar con una mayoría para acreditar la verdad, como si fuese una cuestión meramente estadística y plebiscitaria.
Y en este clima enrarecido que se vive en camino a las elecciones generales, el kirchnerismo se empeña en mostrar impunidad y desmesura. Daniel Scioli, el candidato Zelig que quiere ser amigo de todos, se empeña en ser aceptado por los gobernadores José Alperovich y Gildo Insfrán, y por la militante filofascista Milagro Sala. Necesita sus votos, sí, pero a la vez se hunde con ellos, tal como lo hizo Ítalo Argentino Luder en 1983.
El desafío del próximo gobierno, si es que triunfa la oposición en octubre o noviembre, será revertir esa perversa naturalización de la violencia -verbal y física-, de la utilización política del Estado, y reconstruir los conceptos básicos de ciudadanía, derechos, disenso, debate, control parlamentario, independencia del Poder Judicial, dignidad e imperio de la Ley. De otro modo, la Constitución será letra muerta.
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